UNA EDICIÓN BRILLANTE, por José Vicente Peiró. Crítico de Artes Escénicas de Las Provincias.
Sobre la III edición de la Insula Dramataria "Josep Lluís Sirera"
La tercera edición del ciclo de lecturas dramatizadas Insula Dramataria “Josep
Lluís Sirera” organizado por el Institut Valencià de Cultura ha tenido lugar en
el teatro Rialto en la segunda semana de julio, volviendo a las fechas de la
primera. Después de los meses de parada forzosa de la programación de las
salas, estas cuatro jornadas han significado el reencuentro de los profesionales
de las Artes Escénicas alrededor de ella y del público –escaso, eso sí– que
ha tenido la valentía de acudir a la llamada de unos trabajos siempre
atractivos. Más que unas lecturas puestas en el escenario el ciclo ha sido una
demostración del deseo de la profesión teatral por continuar trabajando a pesar
de las restricciones.
No ha sido una edición “normal”, en virtud de las exigencias
de las autoridades a causa de la pandemia de la Covid-19, lo que ha supuesto
una reducción del aforo en teoría al cincuenta por ciento y en la práctica al
veinte por las distancias exigidas entre las butacas ocupadas. Pero tampoco ha
sido una edición “normal” artísticamente. Los duros protocolos se han cumplido
hasta el punto de faltar una mayor comunicación de los actores motivada por la
misma distancia exigida, que ha impedido el desarrollo de algunas escenas donde
los actores podrían haber estado más próximos aportando intensidad y mayor
emoción a sus parlamentos o el manejo de un mayor número de elementos del
atrezzo, cuando no duplicados para evitar el contacto. Aun así, se ha notado
que el laboratorio dirigido por Paco Zarzoso siempre con mano experta ha
crecido en calidad, hasta el punto de que la reducción de seis a cuatro obras
no ha restado brillantez a la edición. También es un acierto notable el
envoltorio de la lectura de las acotaciones necesarias. La rotación de los
actores da credibilidad al discurso, cuando no la integración de la lectora
como en el texto de Lucía Sáez, y permite establecer un juego de espejos
uniforme.
Este año se proponía como lema “Clásicos modernos”, visitas
a mitos y argumentos semejantes de las obras teatrales y literarias de la
tradición universal. Al inicio de cada sesión le ha dado un formato mucho más
atractivo y dramático. La presentación de las obras realizada en los años
anteriores por Roberto García, director de Artes Escénicas del Institut
Valencià de Cultura, y Paco Zarzoso, ha sido sustituida por textos
introductorios de Javier Sahuquillo, puestos en las tablas por dos de sus
actores de cabecera: Laura Sanchis y Toni Misó. Sanchis abre en un lateral con
un “bienvenidos a la nueva normalidad” después de quitarse la mascarilla y de
lavarse las manos, como manda el protocolo. El comienzo es idéntico en cada
sesión, con el mismo parlamento inicial rematado por la presentación directa de
cada trabajo y la aparición del segundo personaje relacionado con la obra. Y
evidentemente guardando las distancias puesto que Toni Misó aparece
posteriormente en el extremo contrario del escenario, como un personaje central
de la obra de la sesión, con un especial sentido del humor, crítica –a veces
ácida- y referencias actuales. Es un repartidor en bicicleta, un cobrador del
alquiler, un fantasma ausente del que solo se escucha su voz en off y el personaje
de Woyzeck en la oscuridad que pretende descubrir qué hay fuera de escena, y
allí encuentra un espejo. Y a buen entendedor sobran las palabras para explicar
el simbolismo de ese espejo frente a la realidad. Unos comienzos ingeniosos y
divertidos que no sólo introducen la obra sino que crean un juego metateatral
como modo de presentación del arte teatral como un todo, una vida.
Sanchis responde a la perfección y sus diálogos establecen
incluso las diferencias de generacionales con el antagonista Misó. Son capaces
de dar tensión a las peripecias y crear un conflicto breve. Sahuquillo ha dado
mucha viveza a este atractivo envoltorio como entremés divertido. En él se
relaciona el teatro mítico clásico con el actual, incluso con la literatura,
porque en el fondo las estructuras profundas de los argumentos son semejantes
aunque las superficiales sean contemporáneas e incluso esas historias han sido
reelaboradas por distintos autores a lo largo de la historia. Aun así, este
recuerdo de los clásicos es meramente una cuestión teórica porque las
diferencias con los textos exhibidos son notables.
Las cuatro ofrecen un espacio denominador común: la casa. El
‘rider’ con sus visitas de Paula Llorens, las de Lucía Sáez propiedad de la
pareja, el hogar y los espacios de búsqueda y encuentro de Víctor Sánchez
Rodríguez y de Xavi Puchades, el primero en lo misterioso y el segundo en
distintos escenarios bélicos, que no es sino la ausencia de casa física pero no
mental. Con las reminiscencias de las historias clásicas, tal como era el
objetivo de esta edición de ‘Insula Dramataria’. Las dos autoras y dos autores
llevan mucho teatro encima, están consagrados y generan mucha confianza a
priori y a posteriori. Excelentes actores, autores y directores al servicio de
la idea de que el teatro también se lee, y se podría aprovechar en estos
tiempos para un incremento de la actividad tan paralizada por la pandemia. Pero
en vivo, que hemos acabado empachados por el frío teatro enlatado por Internet
durante el confinamiento.
En el punto negativo, algunos intérpretes deberían proyectar
mejor su voz. Resulta bastante paradójico escuchar la dicción bien ejecutada
hacia toda la sala de Toni Misó, por ejemplo, frente a otras donde resulta
difícil entender los fraseados, sobre todo en los arranques. La actuación se
brinda para el público, no para uno mismo. Entendemos que la posición
restrictiva por el protocolo de estas circunstancias excepcionales –esperemos
que así lo sean– restrinja las posibilidades del actor pero no debería ser así con
algo tan autónomo como la voz.
Este reencuentro de la profesión ha merecido la pena. A
pesar de la tristeza, si no es un drama, de ver un patio de butacas casi vacío.
Se deberían revisar las normas que regulan esta “nueva normalidad” en los
teatros si no quieren acabar en la ruina o dejar sin espectadores a las salas.
Porque si el país se ha abierto a la hostelería y al turismo y da miedo pasar
junto a la terraza de un bar, ¿por qué se permite que sean pocos los
espectadores que acuden a un teatro y sienten
más tranquilos y seguro que en su propio domicilio? Porque ahora que
parece que volvemos para atrás, ni siquiera la ha dado tiempo al teatro para
decir que está vivo a pesar de las circunstancias.
Eso sí: hemos añorado el debate con el público posterior a
cada lectura. Porque sin público real, personas de carne y hueso, no hay
teatro.
Autora: Paula Llorens. Dirección: Gemma Miralles. Reparto: Sergio Caballero, Rafael Calatayud, Cristina Fernández Pintado, Cristina García, Paula Llorens, Raquel Piera.
La primera lectura dramatizada correspondió a la creación de Paula Llorens, ‘Yana o la malaltia del temps’. La historia de una “rider” (brillantemente inocente Raquel Piera), repartidora de paquetes en bicicleta, es un juego de oposiciones entre el explotado y el consumidor, a la postre un explotador involuntario. El día 22 de diciembre, jornada de celebración del sorteo de lotería de Navidad, ella trata de incrementar el número de repartos para así ganarse una paga extraordinaria. Pero las visitas no son rutinarias. Primero frente a una estrambótica mujer dicharachera hasta la histeria que ha de preparar una presentación donde se juega su trabajo, y que marea a la repartidora con sus cambios de conducta (Cristina Fernández Pintado, con su fuerza a la que nos está acostumbrando para nuestro deleite).
Después frente a un hombre maduro (“L’home gran” Rafael Calatayud, en su línea sobria), cuya tragedia íntima acaba solapando el propio envío, puesto que vive en soledad a pesar de tener a su hija viviendo a veinte metros.
Le sigue una actriz veterana que sueña con el papel de la Novia lorquiana (fenomenal Cristina García), pero la carta que le entrega la protagonista es su descarte porque productor y director prefieren que la interprete una más joven, con lo que ella, en su desesperación, acaba interpretando un conocido soliloquio de ‘Bodas de Sangre’ de la madre del novio, el papel con el que se ha de conformar porque es una actriz veterana. Posteriormente, un grotesco matrimonio en el tanatorio que ha perdido a su hija, recibe su visita para acabar el ‘rider’ donando sus zapatillas para que el cadáver vista convenientemente.
Le sigue una joven embarazada cuyo parto se
ha retrasado (estupenda Paula Llorens, con un dominio ejemplar del registro
creado por ella misma. El cariño mostrado por la repartidora frente a su
frialdad, consigue al final provocar el parto. Y la última escena muestra a un
sin techo (siempre efectivo y vivo Sergio Caballero), que también es ‘rider’
tortuga, y provocará un desenlace a la historia sufrida de Yana.
Las acotaciones son intercambiadas entre Paula Llorens, Cristina García y Rafael Calatayud. Digamos que el resultado, correctamente dirigido por Gemma Miralles, es la sensación de estar ante un gran texto, que da muestras del buen hacer de Paula Llorens como autora y no solo como adaptadora de obras literarias como ‘Tirant’ o ‘Historia de una maestra’, si es que no la habíamos descubierto ya. Valdrá la pena leerlo cuando se edite y descubrir las numerosas claves que tiene esta historia discurrida en apenas unas horas, cada una señalada al comienzo de cada secuencia, donde el espectador percibe unos personajes contemporáneos estrambóticos, pero no muy alejados de la realidad social absurda.
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